Nada había comenzado aún. Sigismund cumplió catorce años hace algunas semanas. Es un muchacho serio, algo arrogante, goza de una sencillez que no le prohíbe ser autoritario con sus hermanas. Empero, el autor del que habremos de ocuparnos brevemente aquí dice que todo ya ha empezado, que cada inicio no es sino una continuación velada.
El 30 de mayo de 1870, ante el público de la Academia Imperial de Ciencia de Viena, Ewald Hering (1834-1918) dicta una conferencia fundamental, titulada “Über das Gedächtnis als eine allgemeine Funktion der organisierten Materie” (Acerca de la memoria como una función general de la materia organizada)1. El autor advierte de antemano que, sin abandonar el seguro terreno de las ciencias naturales, realizará una incursión por zonas que parecerán dominio exclusivo de la especulación. No obstante, se adentrará en ese imperio con la certeza de la ganancia que la fisiología puede extraer del conocimiento psicológico, pues Hering postula una interdependencia, absoluta mas no de índole causal, entre la materia y la conciencia. Tales prolegómenos le sirven para disertar sobre el fenómeno bajo consideración: la memoria. De hecho, el designio del médico formado en Leipzig es abogar por una redefinición de aquella función de manera tal de ensanchar sus barreras y precisar sus alcances.
La memoria, afirma, sólo erróneamente puede ser equiparada a la capacidad conciente de recordar. “Tenemos todo el derecho de extender nuestra concepción de la memoria de forma tal que ella abarque reproducciones involuntarias de sensaciones, ideas, percepciones y esfuerzos; pero hallamos que al obrar así hemos extendido tanto sus límites que ella demuestra ser un poder original y primordial, la fuente, a la vez que el elemento unificador, de la totalidad de nuestra vida conciente”2. En efecto, gran parte del escrito de Hering está destinado a demostrar que la casi totalidad de los eventos que conforman la vida de un organismo (percepciones, funciones vegetativas, coordinaciones motoras, etc.) suceden de modo inconsciente. Más aún, la ocurrencia de cada uno de ellos es “recordada” por la materia orgánica, merced a lo cual cuanto más se reitere un hecho, cuanto más habitual sea su efectuación, tanto menos precisará el individuo ser conciente del mismo. Es decir que el organismo es una memoria (inconsciente) en perpetua actuación. Esa aserción explica que un historiador haya podido incluir la teoría de Hering como un elemento más del inconsciente cerebral, ese antecedente necesario del pensamiento sobre el inconsciente psíquico3. Sin embargo, el texto de 1870 no deja pasar la oportunidad de señalar que las ideas también forman parte del dominio inconsciente, y que incluso pueden operar desde allí. Sin lugar a dudas esa fue la razón por la cual Freud se interesó en el texto de Hering, y a ese aspecto apunta la única cita que alguna vez realizó del escrito en cuestión4. Ahora bien, ¿a quién pertenece esa memoria, a qué sujeto reenvía su contenido? Es la respuesta de Hering a dicho interrogante lo que amparará nuestro ensayo por articular el problema de la memoria orgánica con las preocupaciones freudianas. El apoyo incondicional que el fisiólogo otorga a la tesis de la herencia de lo adquirido lo conduce a postular que esos “recuerdos”, que constituyen la esencia de un organismo, habrán de ser transmitidos hereditariamente a su descendencia. “¿Qué es la herencia de peculiaridades especiales sino una reproducción, por parte de la materia organizada, de procesos de los cuales una vez formó parte en calidad de germen en los órganos (contenedores de gérmenes) de su padre (...)? ...cuando éste [el germen] se halla en una nueva esfera, para extenderse, y desarrollar una nueva criatura –(cuyas partes individuales son siempre la criatura misma [el progenitor] y carne de su carne, de modo que lo reproducido es el ser en compañía del cual el germen una vez vivió, y del cual de hecho era una parte)... ”5. ¿Qué significa ello? En la teoría de Hering, el organismo queda prácticamente cifrado en su memoria. El secreto de todo ser reside en el modo en que él queda atrapado en la cadena ineluctable de su ascendencia. Su cuerpo es memoria, no sólo de lo que ha vivido, sino fundamentalmente de cuanto experimentaron sus antepasados inmediatos y lejanos.
En ese sentido, tal vez sea acertado aproximar el discurso psicoanalítico a la hipótesis de la memoria orgánica, no tanto, tal y como hace meticulosamente Laura Otis, tomando en consideración las nociones haeckelianas y lamarckianas que Freud compartía con Hering –y en base a las cuales la definición que éste sugiere del instinto (caracterizado como el precipitado de las acciones repetidas durante innumerables generaciones) coincide término a término con la esgrimida por el primero en más de una oportunidad–, sino principalmente merced a un diagnóstico y recorte de los objetos y problemáticas que ambas teorías afrontaban. ¿No se define acaso el psicoanálisis como un discurso que, haciendo uso de otros conceptos, y descansando sólo provisoriamente en la creencia de la heredabilidad de lo adquirido, acomete la tarea de fijar o encarcelar al sujeto en su linaje (tanto biológico como pulsional)? ¿No se halla la teoría del Edipo atravesada de cabo a rabo por el referente que Hering quiso formalizar, y gracias al cual ingresó a las efemérides de la historia de la psicología: el pasaje de una generación a otra? Quien considere que las conjeturas antropológicas de Freud no fueron meramente una ampliación de sus hipótesis primigenias, sino la realización tardía de un basamento doctrinal, recordará el papel que le era asignado al antedicho referente en el postrero apartado de Tótem y Tabú.
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1. Para una aproximación a Hering y su teoría, así como a la importancia del concepto de memoria orgánica en la ciencia y la literatura de fines del siglo XIX, véase el brillante libro de Laura Otis (1994) Organic Memory. History and the Body in the Late Nineteenth and Early Twentieth Centuries. Lincoln: University of Nebraska Press.
2. E. Hering (1870), “Über das Gedächtnis als eine allgemeine Funktion der organisierten Materie”. Utilizo la traducción al inglés del texto de Hering, que Samuel Butler incorporó como capítulo sexto de su libro Unconscious Memory (1880). Middlesex: The Echo Library, 2006, página 41.
3. Cf. Marcel Gauchet (1992) El inconsciente cerebral. Buenos Aires: Nueva Visión, 1994.
4. Freud citó un pasaje de la conferencia de Hering en una nota al pie añadida a la traducción que él realizara en 1926 de uno de los capítulos –el dedicado a Samuel Butler– de una obra de Israel Levine. Cf. Strachey, J. (1957) “Apéndice A”. En Freud, S. (1915) “Lo Inconsciente”, Obras Completas, Tomo XIV. Buenos Aires; Amorrortu editores, página 202; véase Smith, D. L. (1999) Freud’s Philosophy of the Unconscious. Londres: Springer, pp. 59-63. En la referida nota, Freud calificaba de “pieza maestra” al escrito de 1870
5. Hering, op cit., pp. 46-47. |