El nombre es como un bote sin el cual no hay orillas. Es un marco que deviene del Otro –que no son los padres… o también–. Es lo que llega de antes para que haya después, y lo que facilitará coordenadas ubicables a la memoria para cuando aquel después sea ayer.
Claro está que un nombre –más allá de todo azar– se halla plurideterminado. Quizás sea uno de los vehículos más atravesados por lengua, sentido, poética e historia. Incluso a menudo la carga de letras que porta oculta en anagrama algo candente que insiste, o muestra –a modo de formación reactiva– lo opuesto por el vértice. Curiosidades al margen, que “Graciela” pueda contener “alérgica”, “Gastón”… “tangos”, “Agustina”… “angustia”, “Sergio”… “riesgo”…
El autor de Todos los nombres, nacido José de Sousa, fue apellidado por un lapsus del funcionario del Registro Civil, con el apodo –conocido en el pueblo– de la familia paterna del futuro escritor, es decir: Saramago –siendo “jaramago” una planta silvestre–. Largos trámites convirtieron tiempo después en Saramago a su padre. Entre elección, equívoco y designio puede transitar un nombre.
Jacques Lacan tenía en “Emile”, al nombre de su madre y de su poderoso abuelo paterno, y en “Marie”, a la Virgen. Sería él, quien partiendo de la identificación a un rasgo único en Freud y de Saussure (en relación al signo lingüístico, el lingüista sostenía la arbitrariedad entre significado y significante), amalgamó de otra forma los conceptos en danza para explicar la identificación simbólica del sujeto. Impresionantes concordancias devela el rasgo unario en relación al nombre propio en tantos casos. Sin ir más lejos, ¿cuánta gente –actúa–, profundiza u “obedece”, lo que su nombre sugiere o esconde?
El nombre –entre otros indicadores– es como un mapa que ayuda a leer a dónde llegó o de qué necesitaría despedirse quien lo porta. De qué de lo Otro se apropiará y de qué podrá separarse, para que las marcas que “lo hablan” den paso a una construcción y no a un destino trazado. Tomar lo dado, “hacerse de un nombre”, reconocerse… senderos posibles para no enajenar lo propio. Y otra vez el psicoanálisis… y sus/nuestros autores.
Alberto Santiere |