El estudio de la mente surgió como una evolución de las ciencias médicas del siglo XIX. Sin embargo, pronto tuvo que reconocerse que de forma contraria a la teoría de Pasteur sobre los gérmenes, cuando se trataba de la mente, no se disponía de ningún tipo de base orgánica sólida: se resistía a cualquier clasificación y su examen resultaba extremadamente difícil. Los resultados constituyeron solamente fragmentos de diferentes aproximaciones. Algunos investigadores se concentraron en enfermedades mentales, otros en las funciones básicas tanto de animales como de seres humanos, y otros en el tratamiento de determinadas condiciones mentales a través de medicamentos y operaciones.
En El nacimiento de la clínica, el filósofo francés, Michel Foucault destaca el “espacio quimérico” por el cual se comunican médicos, enfermos, psicólogos. Este espacio mediatiza las imágenes del dolor que es singular en cada sujeto. Incluso podríamos afirmar las variaciones, los matices del dolor mismo, de vital importancia.
Es un lugar que se modifica a lo largo del tiempo y de la mirada. Tomemos ejemplo del Dr. Pomme, citado en el libro mencionado, de un hecho acontecido a mediados del siglo XVIII: “… Pomme cuidó y curó a una histérica haciéndola tomar baños de diez a doce horas por día, durante diez meses completos. Al término de esta cura contra el desecamiento del sistema nervioso y el calor que lo alimentaba, Pomme vio porciones membranosas, parecidas a fragmentos de pergamino empapado… desprenderse con ligeros dolores y salir diariamente con la orina, desollarse a la vez el uréter del lado derecho y salir entero por la misma vía. Lo mismo ocurrió con los intestinos que en otro momento, se despojaron de su túnica interna, la que vimos salir por el recto. El esófago, la traquea y la lengua se habían desollado a su vez; y la enferma había arrojado diferentes piezas, ya por el vómito, ya por la expectoración”.
El párrafo precedente muestra la certeza del saber médico depositada en un ojo clínico que no sólo ve sino que detalla un conocimiento que bordea la ciencia ficción, y sobre todo, las oscuridades de un pensamiento teñido con prejuicios, convirtiéndose entonces en un espacio que da lugar a construcciones quiméricas. Construcción que en un momento sólo alcanzó al cuerpo, recortándolo y desmembrando su sentir, sus percepciones, su obrar.
El campo del cuerpo inicialmente subsistió como entregado a la muerte. El cadáver que permitía el estudio de la anatomía clásica, buscaba obsesivamente la perfección en un dibujo, el detalle que develaba ese objeto de estudio. Cuerpo como objeto, sin alma, descarnado, desvitalizado, sin dolor. Dolor indispensable para saber del ser vivo. Del alma que padece y que expresa su padecer. Sartre expresaba que no hay más que la verdad del dolor y que esa verdad es el dolor mismo. No es un juego de palabras. Todo lo contrario. Es lo verdadero de un sujeto que piensa, que ama, que sufre, que nace y muere.
No es que la Medicina excluyera al dolor de su ciencia, sino que la clasificaba, la ordenaba en entidades nosológicas. Una Medicina descriptiva en signos, síndromes y síntomas. Diferencias esenciales para arribar a un diagnóstico posible, un pronóstico probable y un tratamiento a indicar. Pero tal condensación no alcanzó. Había algo en esta lógica que se escapaba a una ciencia que pretende ser exacta. Con el progreso tecnológico se llegaron a establecer nuevos rumbos y continuas aspiraciones. Resultado: mayor rigor científico, aumento de la credibilidad, objetividad aséptica. Sin embargo, algo se escapaba. Ello sucedía cuando la Medicina entraba en el terreno de las enfermedades mentales.
A veces, se concibe a la Ciencia como el mayor de todos los males contemporáneos; otros piensan que el progreso científico y tecnológico ha causado sólo ganancias favorables para la humanidad: tal discordancia intelectual no permite entender que el problema no es uno ni otro sino la cuestión ética del para qué vamos a usarla. Por qué se hace lo qué se hace.
“La verdad del dolor es el dolor mismo” afirmaba Sastre. La Ciencia que analiza ese dolor es justamente aquella que en griego quiere decir: desatar, desanudar, resolver, disolver.
La importancia del desarrollo del concepto de Salud Mental, indudablemente alcanza a la Medicina: cuerpo y síntoma son los elementos de una bisagra que articulan conceptos observables en la práctica médica y analítica. Partiendo desde Freud, es en el síntoma donde se revela el momento físico de los procesos inconscientes. Toda esta cuestión se revela en el momento mismo de una consulta. “Estoy somatizando” es una frase cotidiana que encierra un saber, que el síntoma hace marca, se expresa en el cuerpo. El primer momento freudiano, y con las investigaciones de Charcot y Breuer, ubican a un Freud que intenta “levantar” los síntomas. La cura en esa época, es hacer conciente lo inconsciente. Pero esto es insuficiente, porque los síntomas eran sustituidos por otros. Es necesaria la ampliación de la tópica freudiana. No bastaban los conceptos de los sistemas Preconciente-Conciente e Inconciente para la constitución del aparato psíquico. El desarrollo de las instancias Yo-Ello-Superyó se amalgaman con los postulados de la llamada Metapsicología, designando con ella toda descripción de un proceso mental en las tres dimensiones identificadas como dinámica, tópica y económica. A partir de ella, la designación del concepto de pulsión, represión, duelo y melancolía, cobran tal magnitud en la teoría psicoanalítica como sus pilares mismos.
Era Oscar Masotta, un importante psicoanalista argentino, que decía constantemente a sus alumnos que por la palabra se enferma… y por la palabra se cura. Esa es en síntesis, la teoría del significante aplicada a la experiencia clínica. La palabra es el único medio: no hay recetarios, tampoco medicinas o instrumentos (el Psicoanálisis no los niega). Hay palabras que operan sobre el síntoma, que actúa sobre el síntoma, desde el inicio, del mismo modo que la magia, con la diferencia que ésta última no constituye tratamiento alguno.
Freud y Lacan se han preguntado, en diferentes ensayos, la relación Medicina-Psicoanálisis. Que la hayan cuestionado, no implica haber excluido el saber médico, y este malentendido se ha generalizado. Entre la Medicina y el Psicoanálisis no existe inconveniente alguno. Sí en cambio, en la figura de algunos médicos o psicoanalistas, quienes imaginariamente disputan un lugar de primacía.
Todo este breve recorrido es sólo para elaborar una conclusión posible, precisa, sencilla, nítida y evidente: sostener el descubrimiento de Freud, es decir, el Inconsciente. Su legitimidad provoca en la tarea del Médico y Analista el argumento necesario para responder a la demanda de un padecer. De esta manera, cada uno tendrá con sus herramientas específicas, la posibilidad de un saber-hacer frente a ella. Sería signo de buen augurio poder compartirlas. |