Escandalizó Freud con su perverso polimorfo –concepción del niño que empero marcaba el universo pulsional de la subjetividad naciente–. Aprendió a escuchar fantasmas desplazados en caballos para aliviar miedos hasta entonces inexplicables. Los Juanitos de antes no usaban panic attacks. Hoy, caballadas de otra índole nos aterrorizan. Hablamos de lo perverso de la psicopatologización de la infancia con finalidad económica y cobertura científica.
En épocas de clonazepam y fluoxetina, o del propanolol experimentado como droga para borrar malos recuerdos, se llega a hablar de comportamientos desviados propugnando una intervención moral-medicamentosa.
“Dele a su creatura metilfenidato –ese derivado anfetamínico: la ritalina– para que deje de joder ya con la pelota”, mientras el interesante manual De ese deme cuatro propicia transitividad entre el nombre global de cada categoría nosológica y la droga consiguiente. En ese “viaje de ida”, la subjetividad “no cuenta”. Lo paradójico: ¡cómo se suele calmar el entorno si el chico “tiene remedio” aunque se tape su boca! En cuanto a la hiperkinesia y a la desatención, nos alertan de todo lo que hay para escuchar, pero el cuerpo humano como fuente inagotable de divisas no suele ser compatible con la química de la palabra. Sugerir un déficit orgánico implica ofrecer la sustancia equilibrante. Son leyes de la física y de la economía: la industria más expansiva de la tierra precisa de nuevas enfermedades para lograr “su” remedio. Los beneficiarios de esa posición buscan recurrentemente raíces químicas y genéticas en todos los campos de las manifestaciones humanas, ya sean estas patológicas... ¡o aún no! Existe un abismo entre los avances monumentales en la farmacopea imprescindible para curar diversas afecciones, y los retrocesos impuestos por la lógica propiciatoria de enfermedades a cualquier precio.
Decía Groucho Marx: “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar los remedios equivocados”.
Colgar una entidad nosológica del cuello de un niño, identifica a lo enfermo.
Las nuevas tendencias de la moda parecen sugerir una bienvenida a la “niñez de mercado”. Avatares del sujeto mediático cuyos síntomas aún gritan. Pero desde que nuestros Maestros jerarquizaron el oído, el silencio no es salud.M
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