Una asistente al curso que actualmente estoy dando sobre Temporalidad del Inconsciente, resumió así lo que yo intentaba transmitir: “el tiempo está situado entre la causa y el límite”. Me gustó la expresión y la retomo.
Ignoramos la causa y la esencia del tiempo, al cual definimos siempre con metáforas acuáticas tan insuficientes como imprescindibles; y el límite desde el cual lo concebimos, el límite desde el cual nos situamos, seres mortales, consiste en que siendo en principio y a la postre infinito e indiferente a lo humano, para cada uno de nosotros el tiempo nos “apremia” en virtud de su escasez. Nunca hay, como suele decirse, “tiempo suficiente”.
Se dirá que estoy tratando las cosas desde el llamado “tiempo cronológico”, al que mejor sería denominar “tiempo métrico”1, porque es homogéneo, lineal y susceptible de medida cuantitativa, y no desde el también llamado “tiempo lógico” que, en verdad, merecería mejor el nombre de “tiempo conjetural”, aunque, en este caso, el oxímoron que implica contrastar lógica y tiempo, la lógica que se supone intemporal, el tiempo que se supone alejado de la lógica, justifica que conservemos el nombre que le dio Lacan. Por varias razones que paso a enumerar, quiero indicar que no estoy privilegiando de manera ingenua el llamado “tiempo cronológico”.
1) Se reproduce incesantemente entre nosotros una versión escolar y pobre que se limita a decir que el tiempo lógico, formado por tres instancias, instante de ver, tiempo de comprender y momento de concluir, se instituye a posteriori, es ternario (y aquí aparecen las inevitables frivolidades acerca del “contar tres”, las que dejan de lado que cada vez que cuento tres el tercero se duplica en un cuarto suplementario) y no lineal.
2) Ahora bien, el simple movimiento a posteriori –el que, digamos, invierte la dirección de izquierda a derecha–, es tan lineal como el llamado lineal. De otra parte, en los tres cortes temporales, importa, antes que nada, subrayar el primer término: “instante” de ver, “tiempo” de comprender y “momento” de concluir: ¿qué modos diversos, qué ritmos cualitativamente dispares, están implicados en esta progresión que no puede ser reducida a una cualidad homogénea –como la del tiempo común– medible según un patrón cuantitativo fijo? ¿Cuánto “dura” un instante? ¿Es válida esta pregunta? ¿En la repetición del circuito ternario no se despliega, advertido o no, un cuarto insidioso que perturba a los amantes incondicionales de la Santísima Trinidad? ¿El acto de contar, en la anfibología que implica tanto contar-relatar como numerar (¡y numerarse!), no está profunda, visceralmente ligado a una exclusión primera (no existe representación adecuada de la expresión “yo nazco”) y a la conversión del último momento en el penúltimo?
3) Además, y no se trata de algo que esté de más, en absoluto, el bendito tiempo métrico no puede ser dejado de lado con la liviandad habitual. A fin de cuentas, tiene algo definitivamente real: los instantes sucesivos no admiten retorno alguno (para decirlo con pedantería: los distintos “ahoras” no tienen la propiedad conmutativa que sí tiene, por ejemplo, la suma) y transcurren con la indiferencia y ceguera y ausencia de finalidad que es propia del tiempo. No cabe la menor duda de que el tiempo de la sesión, pongo por caso, librado de la presión más crónica que cronológica de los famosos cincuenta minutos, adquiere una nueva dimensión. No obstante, Lacan llamaba a sus sesiones “breves”, como para indicar que el tiempo lógico no es meramente ajeno al métrico; en realidad se instituye en “tensión con él y también contra él”. Es más: vivimos en una sociedad global cuyas instancias, estructuras, grupos, agrupamientos, niveles, carecen de un tiempo global y único que agruparía en su seno a los tiempos parciales. La economía y la administración pública viven al ritmo del reloj, es cierto, pero ¿qué tiempo es el tiempo de las identificaciones grupales, digo, para señalar algo ejemplar?
4) Nuestro tiempo, si podemos aplicar el posesivo, más bien diría que no, se constituye en tensión con otros tiempos con los cuales mantiene relaciones de solapamiento, interferencia y, a veces, de convergencia. Si paso del singular al plural: tiempos, no tiempo, un panorama inmenso se ofrece, difícil de abarcar y por eso mismo estimulante.
5) En verdad, “no sabemos qué es el tiempo”. Y en este sentido conviene recordar la lección de San Agustín en el libro onceavo de sus Confesiones. Su reflexión, es cierto, está determinada por la herencia aristotélica, quien había definido al tiempo en su Física como “la medida del movimiento según el antes y el después”. Más tarde llegarán, muchos siglos más tarde –voy a citar sólo a los más célebres–, las investigaciones de Bergson en Los datos inmediatos de la conciencia y por supuesto El ser y el tiempo de Heidegger. Pero la perspectiva antigua –San Agustín es un momento de transición hacia otra cosa–, no es desdeñable, en absoluto; justamente porque las construcciones actuales que tienen mayor vigencia (y aquí hay que incluir, desde luego, a la problemática freudo-lacaniana que es la que, en definitiva, nos interesa) muestran a las claras que el tiempo de la subjetividad, con su circuito escalonado, con sus diversas entradas y sus conexiones aleatorias que alteran la linealidad y la reemplazan por la tabularidad 2, se defiende de, resiste a lo “real” de la temporalidad, un real que no podemos siquiera confundir con el llamado por Freud “principio de inercia”, porque éste es una tendencia propia del organismo psíquico, que tiende al cero, mientras que el tiempo “crudo” del que hablo, el tiempo que me gustaría llamar “salvaje”, está al margen de cualquier tendencia; ni siquiera es una finalidad sin fin.
6) San Agustín tuvo el mérito de incorporar la noción de “memoria” para analizar la temporalidad; esa memoria para la cual el futuro es el que ahora adviene como tal y el pasado no es simple pasado sino el pasado que ahora vivimos como aquello que ha sido, que está siendo sido o que fue, todos modos verbales sin duda diferentes entre sí. Y es esa misma memoria humana la que se topa con el enigma del tiempo, ya que la medida del tiempo no transcurre, es fija, sea medida según los movimientos solares o según el cronómetro o incluso según el calendario; por el contrario, el movimiento, en el sentido aristotélico, que es el movimiento de transformación, metabólico, y no el mero movimiento local, transcurre como movimiento de generación y de corrupción –Aristóteles privilegia este último desplazamiento metabólico: la materia es causa eficiente de corrupción–. Sin embargo, el tiempo no se confunde con el movimiento, dice San Agustín, porque si algo permanece inmóvil, el tiempo sigue su curso; pese a lo cual no podemos aislar el tiempo del movimiento. Así el tiempo es una entidad bífida, situada entre lo simbólico y lo real de un modo enigmático.
7) Es desde aquí que tenemos que interrogar esa serie ya apuntada: “instante” de ver, “tiempo” de comprender, “momento” de concluir. ¿Cómo aislar y coordinar las dimensiones del instante, del tiempo, del momento? Voy a señalarlo, sólo señalarlo, de manera preliminar para luego en próximas notas ahondar en ello. El instante no tiene otro espesor que la pura “negatividad”: el instante de ver es el instante en que algo se “sustrae” al ver y pone en marcha el circuito íntegro; el tiempo de comprender –lo ha dicho Lacan–, tiene la extensión, cualquiera por otra parte, de llegar a comprender que es preciso concluir. En cuanto al momento de la conclusión, es el de la “identificación”, que, como sabemos por el seminario La identificación, es un “tiempo de detención”; lo que equivale a decir que el acto allí sufre un desmentido cuya estructura es preciso cernir.
8) Una última (y todavía preliminar) observación sobre la retroacción. Si ella es algo más que una retroacción que determina el sentido a posteriori de una frase, de un párrafo, de un enunciado, es porque se cruza en el camino de una “anticipación del sujeto, pero lo hace de manera tal que divide a la anticipación en una anticipación esbozada de antemano y en la misma anticipación pero anticipada, es decir trastrocada, invertida”. Que es otra manera de repetir la clásica aseveración de Lacan: “el emisor recibe del receptor su propio mensaje en forma invertida”, pero incorporándole la dinámica de la anticipación, que sufre una fragmentación.
1. Es que decir “tiempo cronológico” equivale, dado que cronos significa “tiempo” en griego, a algo así como “tiempo temporal”. No puedo evitar la mención de aquella serie televisiva de la década del 80, que los autores del doblaje llamaron “Martillo Hammer”.
2. Véase Serres, M., Hermes I, la communication, Minuit, Paris, 1984. (Hay versión castellana en la editorial Almagesto) La tabula (tabla) es un dispositivo que, como lo indica el nombre, tiene simultáneamente varios ejes de referencia. Que haya una dimensión simultánea en el tiempo mismo, plantea no pocos problemas. |