La respuesta es clara: no; no podemos hablar de nombres primeros. Si hubiera nombres primeros no habría metáfora y por lo tanto no habría inconsciente.
De todas formas, el problema es el siguiente: ¿hay una dimensión del lenguaje que está más allá de la metáfora?
No me refiero, por el momento, a lo escrito, sino a otra dimensión que no sea metafórica y que pertenezca al decir1.
Lacan afirma tal dimensión en “La instancia de la letra”, en el final mismo del texto, cuando sostiene: “Es para impedir que caiga en barbecho el campo del que son herederos [se refiere a los analistas], y para esto hacerles entender que si el síntoma es una metáfora, no es una metáfora decirlo…”2
La dimensión transmetafórica en esta época está puesta a cuenta del lenguaje de la teoría, el que a través del concepto (¿y de qué otro aspecto podría tratarse?) impide que la transmisión “caiga en barbecho”, es decir, en el más profundo irracionalismo, del que Lacan, en la contratapa de los Escritos, se defiende invocando el “debate de las luces”3.
¿Qué es un concepto? El vocablo aparece en primer término en el seminario 11 y ya en el título del mismo. Conforme a los giros habituales de su retórica, ciertas cuestiones que el buen metodólogo trataría frontalmente, él las toca un poco al pasar, casi como un excurso. En la segunda lección de Los cuatro conceptos…, dice que el concepto en psicoanálisis es una aproximación relacionada, de alguna manera que no precisa, con el cálculo infinitesimal: mediante un salto el vínculo con el infinito se resuelve en una cantidad finita.
Con seguridad Lacan piensa en la famosa diagonal del cuadrado que tanto preocupó a los geómetras griegos, y que es inconmensurable con cualquiera de sus lados: frente a lo inconmensurable hay, gracias a un salto4, gracias al acto de tomar límites, una medida; el concepto, podemos decir, más allá de las analogías en este caso fructíferas, es mesura en la desmesura –y, desde luego, no se trata ni de aproximación ni de cantidad alguna–.
Otro sí: el concepto analítico cierra en el límite pero conserva un vínculo abierto con ese exterior no significable. El cierre no responde a la necesidad de expulsar lo incomprensible, traumático, teratológico, a la necesidad obsesiva de impedir que algo desborde los mecanismos de control; no. El cierre no consiste en practicar inventarios cerrados y exhaustivos sino en delimitar un ámbito, un sitio para que la verdad encuentre hospedaje y no sea eficazmente reprimida –acentúo “eficazmente” porque la represión “ineficaz” es ineludible–.
Ahora bien, la cuestión en este nivel central es la siguiente: el concepto, ¿es algo transmetafórico, algo que está más allá del carácter paradójico, lacunar, enigmático, propio de la metáfora auténtica o es un nivel metafórico pero de grado distinto a la metáfora sintomática?
A lo que podríamos intentar responder con otra pregunta: ¿En virtud de qué pobre razón solemos pensar que la metáfora posee un solo nivel?
Hay metáforas y metáforas: la metáfora del síntoma, la metáfora que inventamos para librar el núcleo de goce irreductible que aloja, y que llamamos interpretación, las metáforas de la teoría (y en este sentido estos nombres propios son impropios: el sujeto no es el nombre propio del sujeto; la pulsión no es el nombre propio de la pulsión, etc.), las que llevan la marca del choque originario del trauma.
Pero una vez llegados a este punto, se torna evidente que el “abuso de metáfora” consiste, lisa y llanamente, en pretender que haya metáforas que sostengan sin resto: un nudo borromeo “sosteniendo” (habría que poner el acento en este vocablo tan insistente en el último Lacan: ¿de qué es síntoma?) a la trinidad R.S.I. es una forma posible de desmentir la lección misma del psicoanálisis, esa que Lacan denuncia en su mismo texto cuando afirma que lo esencial es la ausencia de relación sexual.
Pero, lo he dicho muchas veces, el ternario tiene alcance clasificatorio, no constitutivo.
Lo que constituye la ausencia de relación sexual es la cópula de la palabra con el cuerpo; ahí y no en otro lado está el nudo, pero no formalizado ni formalizable, tampoco empírico; el entrelazamiento es una dimensión del decir, del decir en acto. Del decir que es pathemático, y no mathemático; que es el lazo con la carne y no mera letra sin carne. Es patético en el sentido etimológico de la expresión y así se torna límite material y campo de verificación de nuestras invenciones.
Cuando me “elevo” a la perspectiva de los registros pierdo de vista que lo imaginario y lo simbólico son plurales y que entonces no pueden tratarse de un modo combinatorio, porque dispersan inmediatamente todo intento, pobre por lo demás, de ordenarlos así, como quien dice R.S.I., o I.R.S., etc. ¡estas letras giran en el vacío!, y que lo real es el límite móvil e irreductible de los registros y no un registro, y termina por disimular los remiendos, rupturas, desniveles, heterogeneidades de cualquier esfuerzo conceptual.
En la próxima entrega volveré sobre la frase de Lacan que motiva esta serie de notas.
Pero es preciso adelantar, como anticipación de lo que desarrollaré, una tesis que servirá para mostrar la tensiones contrarias que habitan el pensamiento de Lacan: la relación pathemática entre la palabra y el cuerpo y la aserción de que no hay proporción sexual entre el hombre y la mujer contradice el vínculo mathemático del nudo borromeo con el ternario R.S.I., nudo que al igual que la Santísima Trinidad cristiana, oculta y revela a la vez el abismo de la causa sexual, indomeñable.
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1. Del decir en su sentido más riguroso: como aquello que está siempre desplazado en el dicho y que por eso fuerza la instancia de la condensación.
2. Lacan, J. Escritos, tomo 1º, Siglo XXI, Buenos Aires, 1985, p. 508.
3. El lector puede percibir que invocar las Luces en el campo del psicoanálisis está lejos de ser una operación simple. Asimismo, cuando mencionamos el término “lenguaje”, deberíamos despejar, al menos provisoriamente, de qué estamos hablando más allá de meras menciones formulísticas. Aquí no hay lugar para discutir estos módulos, pero experimento la necesidad de, al menos, poner entre paréntesis expresiones que solemos usar como si fueran de suyo.
4. La noción de salto es riquísima y proviene de Kierkegaard: supone que entre las premisas y las conclusiones de una argumentación hay algo indecidible (no se pasa mecánicamente de aquéllas a éstas) y por lo tanto (un “por lo tanto” que me adviene desde el Otro) sólo puede decidirse mediante una decisión, es decir, mediante una apuesta. |