Saber es acordarse
Aristóteles
En 1904 (mientras nacían Dalí y Ángel Garma en España, Lacan chiquito inserto en una familia de productores de vinagre pergeniaba condimentos para el futuro del psicoanálisis, mientras Freud exclamaba frente a la Acrópolis helénica: “¡Así que todo esto existe, tal como lo aprendimos en la escuela!”) José Ingenieros publicaba Los accidentes histéricos y las sugestiones terapéuticas, y el primer artículo mencionando a Freud (aquí en “las pampas” de la urbe). Época de Buenos Aires, en la que el gramófono comenzaba a girar, pero los mejores sonidos del psicoanálisis vernáculo demorarían unas décadas aún. Época –sin DSM IV– del fantástico jarabe Sthenosina Rusa Orel que prometía curarlo todo, desde la “neurastenia” a la debilidad y el insomnio.
¿Tiene remedio perder las fuentes? ¿En qué fuente nos miramos? ¿Transmitimos a las nuevas generaciones de analistas algo del espíritu y la letra de quienes han originado y desarrollado el psicoanálisis en Argentina? ¿Desde dónde nos posicionamos frente a las controversias teóricas internacionales?
La adscripción ciega a un sistema de ideas nos empuja a elidir en ocasiones otros saberes e historias. Ignorar al otro semejante, pero no al Otro. Citas al pie que van al pie de la cita con el Amo, aquel que ilumina. Lecturas parciales, inciden en la clínica.
A veces “tercerizamos” el conocimiento (depositándolo exclusivamente en manos de quienes nos cuenten el original). Posiblemente, si los fundadores se hubiesen remitido a pocas lecturas, no estaríamos nominando a nuestros tiempos –como consigna el biógrafo argentino de Freud Emilio Rodrigué– el siglo del psicoanálisis.
Carlos Fuentes (el significante insiste), recordó a Neruda en su centenario: “fue el Rey Midas de la poesía. Tocó todas las palabras y las convirtió en oro”. Ocurre que los alquimistas-protagonistas de “las fuentes” poseían ese fuego: intentaban convertir en psicoanálisis aquello que pensaban arriesgando, fallando, inventando la diferencia que salva del ahogo especular. A las fuentes volvemos, ...¡para no quedarnos! |