Se ha dicho y con razón: “si el psicoanálisis no abre para cada sujeto hablante la posibilidad de ese ‘ poco de libertad’ como la denomina Lacan, su ejercicio deviene una mera estafa”.1
Con el alcance que le da la autora, no hallé esa expresión en Lacan, aunque limité mi búsqueda a los Escritos y a los seminarios. De todas formas, refleja bien el pensamiento de Lacan; es un “poco” de libertad, esto es, una libertad restringida por la ineludible necesidad de elegir en ciertas y determinadas condiciones, que son, en definitiva, las de las series complementarias de Freud.Pero ¿cómo ceñir el alcance de este término, que ha estado, lo sabemos, al servicio de la paranoia del yo?
Para Tomás de Aquino, la libertad es la capacidad de autodeterminación; Leibniz agrega, siglos más tarde, que ella es la determinación interna, sin ninguna influencia del exterior.2 Y aquí empieza la interminable rumia: si elijo algo porque lo considero valioso, porque juzgo que tiene la apariencia de un bien, entonces estoy determinado por ese algo y no soy libre. Para ser libre debería prescindir de motivos o de fines y de este modo comprobaría mi libertad en una elección cualquiera de lo fútil, desgraciado, incluso estúpido. La teoría del acto gratuito, esbozada por Gide, es el comentario literario, paródico, al menos en parte, de los callejones sin salida de esta concepción. Si no hay motivos, estoy condenado a la indiferencia; si los hay, estoy fatalmente encadenado.
La doctrina de Sartre, no es necesario reiterarlo, parte de tramas y presupuestos totalmente distintos de los nuestros, pero hay un punto que muestra, muy cabalmente, cómo existen horizontes simbólicos que definen lo que es, en cada momento, contemporáneo.3 En la cuarta y última parte de El Ser y la Nada, en el capítulo “Ser y Hacer: la libertad”, sostiene que la “realidad humana es libre porque no es suficientemente”.
Leibniz ha hecho una filosofía fundada en el principio de razón suficiente que juzga que todo lo que existe posee razón suficiente para existir; así Leibniz tiene tanta y extrema dificultad para conciliar la libertad con la razón suficiente absoluta ( para él, todo lo que fue, todo lo que es, todo lo que será, está determinado fatalmente, desde siempre), como la tiene el teólogo, quien debe compatibilizar la presciencia de Dios con el libre arbitrio de la criatura. Estoy acercándome, dentro de los estrechos límites de una nota, a lo que un erudito kantiano llamó el principio de razón insuficiente.
El texto más significativo de Lacan sobre la libertad se encuentra en un capítulo de Los cuatro conceptos..., más precisamente en “De la interpretación a la transferencia”. Aquí está: “En tanto que el significante primordial es puro sinsentido, se convierte en portador de la infinitización del valor del sujeto, no abierto a todos los sentidos, sino aboliéndolos todos, lo que es diferente. Eso explica que no haya podido manejar la relación de alienación sin hacer intervenir la palabra libertad. Lo que funda, en el sentido y sinsentido radical del sujeto, la función de la libertad es, propiamente, este significante que mata todos los sentidos”.
Enumeraré, simplemente, las operaciones implicadas en este párrafo: 1) El significante primordial es el que instaura la represión originaria4, que lleva a la existencia al sujeto como clase vacía, realidad paradójica que carece de elementos y al mismo tiempo está atravesada por las tempestades de los afectos, particularmente la angustia.
2) Este significante primordial, llamado significante binario, está precedido, lógica e históricamente, por el significante unario que proviene del Otro, origen de toda enunciación, ya que la razón insuficiente que lo articula, causa la primera emergencia de la subjetividad como indeterminación determinada; determinada por ese conjunto que indetermina cualquier elemento.
3) El significante binario –que repetirá este juego en las alternancias entre revelación y decepción presentes en la asociación libre–, significante que, para sorpresa del sentido común, está en un nivel inconmensurable con el primario, establece una rigurosa equivalencia entre el sentido y el sin sentido; el pas-de-sens, paso del sentido que pasa negado y jamás está completamente allí donde está y, en estricta homología con el falo, nunca está ausente del todo.
4) La abolición del sentido introduce la libertad porque el sujeto, enfrentado a la insuficiencia de la palabra del Otro para ceñir la realidad sexual, presente en los juegos infantiles, en los interminables ¿por qué? del niño que sólo pueden ser acotados por la arbitrariedad de la palabra inaugural, debe apostar, necesaria, fatalmente, sin contar con los medios unívocos para interpretar. O mejor: si hubieran medios unívocos, no habría interpretación sino aplicación mecánica; hay o puede haber interpretación si la ley – la enunciación de la ley paterna – articula los recursos para interpretar con la estructura fálica del significante de la falta, la falta de significante que emerge en el lugar de la causa y constriñe así a crear un bien o un valor suplementario allí donde hay nada.
5) Pero ¿la acción significante no opera al azar de los encuentros por encima del sujeto y prescindiendo de él? Esta perspectiva confunde al sujeto con un mero soporte, una especie de changarín de las estructuras. Se podrá contestarnos que así volvemos al sujeto autónomo de la psicología. Para abreviar un tema vasto, extraigamos nuestras certezas de la certeza que aporta la angustia. El sujeto –nosotros mismos puestos en lejana proximidad– es un punto de desvanecimiento periódico, cuya realidad consiste nada más (y nada menos) que en la pura intensidad que bascula entre la vacilación y el apresuramiento, para poner en marcha, de esta forma, la acción significante que, desde luego, lo desborda al mismo tiempo que lo responsabiliza. Un sujeto transmite a otro en y por el Otro, más que sus argumentos desnudos, el valor de sus interrupciones que son decisiones, de sus decisiones que reanudan el curso interrumpido del discurso. Es, en suma y sin solemnidad, sin vacía solemnidad, el sitio de la ética.
___________
1. Rabinovich, Diana, El deseo del psicoanalista. Libertad y determinismo en psicoanálisis, Manantial, Bs. As, 1999.
2. Leibniz, Gottfried, Escritos en torno a la libertad, el azar y el destino, Tecnos, Madrid, 1990.
3. Lacan, no hay que olvidarlo, es discípulo de Freud, pero contemporáneo de Sartre.
4. Si la Urverdrängung es el primer tiempo de la alienación, el segundo consiste en el retorno, bajo la forma de la represión secundaria, del trauma de lo real, allí donde se configura el agujero en el Otro. Entonces, si la alienación neurótica consiste en pedir permiso para ser, que es efectiva anticipación a la demanda de pasivización que le impone el Otro, la única respuesta posible del analista se formula de este modo: “No eres, entonces tienes que decir qué quieres”. |