I. En cualquier caso, la retroacción, concebida como efecto retardado más que como simple retroacción, es inseparable de la comunicación invertida: soy el receptor de mi propio mensaje; lo que escucho de lo que he pronunciado, lo que escucho de mí desde un Otro, muestra la disparidad entre oír y escuchar.
Pero este vínculo entre la temporalidad en retardo y la estructura del diálogo (que es en verdad un triálogo) debe profundizarse en una dirección no siempre bien explorada.
Es que si interrogo a otro y este otro se comporta como Otro testigo, mi pregunta, lo sepa o no, es ya y de antemano una respuesta a una interrogación previa, informulada, virtual, que sólo se actualiza en dos tiempos: cuando comienzo a hablar y cuando escucho el sentido invertido de mi propio mensaje.
Ahora bien, lo que importa es situar el eje en torno al cual condensar los tres grandes modos de la temporalización inconsciente: El choque traumático, indisociable de la presencia del prójimo; la prisa que el Otro impone al sujeto; y el retardo con que éste llega a situarse con respecto a las consecuencias de sus actos.
Ese eje puede ser reducido a una sola palabra, a un verbo y sus múltiples transformaciones: contar.
Uno cuenta numerando las cosas, también numerando a las personas, operación cuyo mayor interés consiste en que al contarme me excluyo, precisamente porque estoy yo, que en primer lugar cuento como contante y luego yo como objeto, dualidad imposible de reunir en una sola dimensión, aunque una sola palabra, “Yo” , refiere simultáneamente a ambas dimensiones. Pero también cuento cuentos, cuento acontecimientos, fabulo; y asimismo cuento momentos, fechas de inicio y de fin, o bien describo lo que fuere con expresiones temporales que tienen toda la ambigüedad referencial de lo que no se reduce al reloj o al calendario:”hace tiempo”, “luego de un rato”, “ahora mismo”, “lo haré después que vos lo hayas hecho”, etc.
Graham Greene decía en el comienzo de su novela El fin de la aventura: “Una historia no tiene comienzo ni fin: arbitrariamente uno elige el momento de la experiencia desde el cual mira hacia atrás o hacia delante”. Se dirá: sí hay comienzo, sí hay fin; después de todo uno nace, real y metafóricamente, y también muere, sin metáfora.
Pero el nacimiento metafórico es el producto inevitable de una reconstrucción y la muerte no es un fin, sino una interrupción.
Al contar “cómo empezó todo…” hay un silencio anterior a la primera palabra que pronunciamos o escribimos que es como el espacio blanco sobre el cual se dispone luego la escritura o el escenario mudo en el cual nos disponemos a hablar con nuestro interlocutor. Ese silencio sólo revela su enigma poco a poco, a medida que el discurso progresa hacia su fin y las direcciones temporales se invierten. Mas es un enigma cuya revelación es decepcionante porque posee la misma textura que Hegel asigna a las magnitudes infinitamente pequeñas en su Lógica1, cuando sostiene que “Estas magnitudes han sido determinadas de tal modo que existen en su desaparecer, no antes de su desaparecer, pues entonces serían magnitudes finitas, ni después de su desaparecer, pues entonces no serían nada”.
Pero, ¿qué presente es éste, un presente sin antes ni después? ¿Un presente inaferrable?
Sin duda se confunde con la sustancialidad del sujeto, sobre la cual hay tantas confusiones en nuestro medio, seguramente porque se ha convertido en mera consigna el decir una y otra vez que Lacan desustancializa al sujeto, cuando sí, se puede decir que sí, que lo desustancializa hasta el límite de lo posible, porque en el mismo sujeto hay algo inaferrable, algo de sí que ignora sin remisión, y el saberlo, el saber no que lo desconoce, porque el desconocimiento es una forma de significar lo desconocido, sino saber que se ignora radicalmente, no levanta la censura.
La frase de Hegel tiene su miga, incluso en esa aseveración final un tanto sorprendente y hasta sintomática; es que sólo una inteligencia no dialéctica puede sostener que algo que desaparece se transforma en nada. Lo que subsiste es justamente la huella de la desaparición que no es simplemente nada, aunque tampoco sea un ser pleno: es una casi nada. Quizá la temporalidad del sujeto sea una perpetua oscilación entre una existencia que existe desapareciendo y así pulsa en el fondo, (iba a decir como una suerte de bajo continuo; pero no, el bajo continuo está cifrado, y aquí de lo que se trata es de algo obtuso, un ruido más bien, un ruido constante e insidioso), y algo que después de desaparecer subsiste como huella, esa huella que se puede contar, que de hecho contamos cada vez que empezamos a contar, porque al contar el que cuenta se descuenta y lo que cae de la cuenta retorna, incesante, en los intervalos entre una cuenta y otra, entre un segmento y otro, y así el tiempo que contamos es un tiempo mal contado: el comienzo forzado está por recomenzar y el fin es penúltimo y no último.
II. El ruido del comienzo sin comienzo, se mezcla inevitablemente con la pregunta del Otro a la cual responde mi interrogación, en la medida misma en que esta pregunta fundamental es como un palimpsesto a medias destruido, al cual hay que cercar, diré para emplear la terminología de Hegel, en un acercamiento de retorno,2 acercamiento al cual siempre le falta algo para concluir, razón de repetición, razón de interpretación que concluye provisoriamente en el punto en el que el supuesto círculo de retorno se transforma en espiral de progresión hacia atrás.
Todo movimiento temporal se orienta, a la vez, en una doble e irreductible dirección –y sin síntesis, al menos en el sentido clásico del término–: de un lado la flexión temporal irreversible, sin remisión; del otro una tensión dirigida simultáneamente desde un presente del cual el sujeto no es contemporáneo, hacia el pasado y hacia el futuro; flecha doble y doblemente desgarrada: ya el advenir adviene desde el pasado y éste retorna desde el futuro como anticipación.
Hay quizá una tercera dirección, la que merece el nombre de instante.
En su diálogo Parménides, Platón menciona esa extraña entidad que llama atópica, y que es el instante: exaíphnes (Parménides, 156c/157a), palabra sugestiva formada por la partícula ex “fuera de” y el adverbio aíphnes,”súbitamente”. Es un intermedio, un intervalo (metexis) entre el movimiento (kínesis) y la inmovilidad, (stasis3).
Esta extraña entidad, dice uno de los mejores conocedores del problema, Jean Wahl4, no es ni ser ni no ser, o en todo caso es un no ser que no se confunde con la nada, algo que guarda una cierta relación con el concepto matemático de diferencial (es la hipótesis del neokantiano Paul Natorp) y que, en definitiva, tiende a dar cuenta, gracias a un elemento neutro que no transcurre y que por ello se vuelve intemporal, del cambio, del pasaje de un estado a otro: del movimiento a la inmovilidad y a la inversa.
Ya el famoso Zenón de Elea había mostrado cómo el intelecto capta al movimiento sólo bajo la forma de una serie sucesiva de inmovilidades y de esa paradoja extrajo su conocida conclusión aporética: el movimiento no existe.
Los cambios de estado de la materia –nuestra módica experiencia cotidiana del paso del estado líquido al gaseoso– son captados no como tránsito sino como corte temporal.
¿No es impensable el tránsito en su pura continuidad?
Quizá por ello ha dicho Wahl que quizá “ese discontinuo <el instante> sea, pues, el símbolo de la continuidad”. Un concepto, el de instante, que puede acoger, simultáneamente, predicados contrarios y hasta contradictorios.
Habrá que explorar esta noción explorada primero por Aristóteles en su Física y luego en siglos posteriores por Kierkegaard y Bachelard. Y habrá que hacerlo para que podamos retornar con mayor detenimiento y rigor al tema inicial, el del contar.
¿Es contable el instante?
1. Hegel, G. W.F., Ciencia de la lógica, Hachette, Buenos Aires, 1956, tomo I. p.135.
2. Ib. tomo II, p. 580. Así traduce Mondolfo la expresión alemana Rückannä-herung, o sea “acercamiento hacia atrás”. [Hegel: Wissenschaft der Logik, S. 1576. Digitale Bibliothek Band 2: Philosophie, S. 41225 (vgl. Hegel-W Bd. 6, S. 570)] Estoy empleando, por cierto, estas nociones aisladas del contexto en que opera la ontología hegeliana, aunque también es verdad que algo antihegeliano ( antisistemático) se desliza de continuo, si uno es capaz de oír su murmullo en estas densas páginas.
3. El término griego, del cual deriva nuestro “estático”, tiene una sorprendente anfibología en su lengua de origen, porque significa tanto estabilidad, fijeza, como sublevación o revuelta. Quizá el elemento común consista en la pesantez, la gravedad, que connota al vocablo: una sublevación es sin duda “grave”, pero a través de su pesantez social y militar tiende también a la fijeza una vez tomado el poder.
4. Wahl, J. Estudio sobre el “Parménides” de Platón, Nueva Biblioteca Filosófica, Madrid, 1929; ver especialmente pp. 154/157. |