El 10 de Septiembre de 1942 un anciano de 74 años ingresa al campo de extermino nazi Theresienstadt, ubicado a unos cincuenta kilómetros al norte de Praga. Al cruzar la puerta tal vez pudo ver el macabro lema que también aguardaba a las víctimas de Auschwitz: Arbeit macht Frei (El trabajo libera). De haber sobrevivido unos años, hubiese sido partícipe de una de las experiencias más cínicas da la Shoah, pues este campo fue utilizado por los nazis como “experiencia modelo” para demostrar al mundo y a la Cruz Roja que los judíos gozaban allí de un hospital, centros culturales y servicio postal. Pero este anciano, cuyo nombre completo era Isidor Isaak Sadger, fallece el 20 ó 21 de diciembre, apenas tres meses después de su ingreso. Moría entonces uno de los primeros discípulos de Freud, uno de los primeros practicantes del psicoanálisis y el autor de un libro cuyo curioso destino merece ser comentado. En 1930, este miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena había publicado un texto sorprendente, enteramente dedicado a la figura de Sigmund Freud. Su título original es Sigmund Freud: Persönliche Erinnerungen. Si no una biografía en el sentido estricto del término, esas páginas son, tal y como su portada lo expresa, los “recuerdos personales” que Sadger atesoraba acerca de su maestro. El lector de este breve escrito falazmente sospechará que ese opúsculo, dadas las condiciones de su producción, no podía sino ganarse una inmediata popularidad. En efecto, el libro de Sadger comparte con las biografías de Freud escritas por Fritz Wittels (1923) o Hanns Sachs (1944), así como con las memorias de Helene Deutsch, Richard Sterba, Wilhelm Stekel o Theodor Reik, el atractivo que se desprende de una particular enunciación: en todos los casos se trata de relatos producidos por discípulos que vivieron y se formaron en Viena, colaborando cotidianamente con Freud en múltiples actividades. No está en juego realizar la ingenua alabanza de testimonios que, por la mera cercanía física en que sus autores se hallaban de Freud, brindarían una versión más cabal o pura de ese pasado; empero, es innegable que esos recuentos iluminan ciertas zonas de la historia de la disciplina psicoanalítica de un modo único. Por caso, la descripción que Sadger bosqueja de las cualidades oratorias y pedagógicas de Freud durante sus lecciones en la Universidad o en el transcurso de las reuniones del grupo vienés, constituye probablemente uno de los momentos más ricos de su obra1.
¿Cómo entender que el libro de Sadger haya pasado desapercibido hasta su reedición inglesa del año 2005? Más aún, ¿cómo es concebible que un texto publicado en la Viena de Freud en 1930 faltase de todas las bibliotecas, incluso de la del analista de Dora?2 ¿Por qué razón la mayoría de los historiadores y psicoanalistas creyeron que Sigmund Freud: Persönliche Erinnerungen jamás había sido editado? Esos son algunos de los interrogantes que Alan Dundes, responsable del rescate y posterior edición del libro, afronta en la erudita introducción que antecede a las páginas de Sadger3. Este historiador, luego de demostrar mediante diversas referencias que todos los investigadores habían asumido que el libro de 1930 jamás había visto la luz, relata las peripecias de su hallazgo. Dundes se había cruzado con un dato llamativo: Sadger aparecía como autor de un libro sobre Freud. Decidido a hacerse de un ejemplar del mismo, buscó infructuosamente en las bibliotecas de Estados Unidos y Europa, mas el único ejemplar que presuntamente existía descansaba en los anaqueles de la Universidad de Keio, en Japón. Un discípulo de Dundes, Hideaki Matsuoka, le envío desde las tierras niponas una fotocopia de la obra, de modo tal que aquel decidió, con la ayuda de Johanna Jacobsen, traducirla al inglés y publicarla4.
Dundes aventura una hipótesis –que él mismo se encarga de descartar debido a su tono conspirativo– para explicar el motivo por el cual el libro prácticamente se esfumó. En los años treinta Ernest Jones estaba tan alerta y sensible a cualquier publicación que atacase al psicoanálisis o su fundador, que llegó al punto de decir a Paul Federn, en una carta de 1933 ó 1934, que Sadger debía ser enviado a un campo de concentración con el fin de evitar que su libro sobre Freud se distribuyese...5 Tal vez, prosigue nuestro historiador, los freudianos se tomaron muy en serio el desvelo de Jones, e hicieron lo posible por adquirir todos los ejemplares de la obra de Sadger en aras de destruirlos... Más allá del cariz tétrico que adquiere el augurio del biógrafo inglés, importa resaltar el modo en que la suerte corrida por el texto de Sadger devela sintomáticamente algunos de los mecanismos a través de los cuales se creó la ortodoxia freudiana, pues la concreción de la misma fue inseparable de una estrategia editorial francamente policíaca. Para convencerse de ello, basta recordar la severa incompletud de las Obras Completas de Freud.
Cabría esperar que la recuperación de la figura de Sadger aliente investigaciones detalladas del resto de sus publicaciones, sobre todo porque de esa forma se podrá precisar hasta qué punto la trayectoria de ese díscolo psicoanalista vienés revela zonas del pasado psicoanalítico que hasta el momento permanecen obstruidas por reconstrucciones que endilgan al fanatismo, la herejía o la ceguera, todo gesto que contradiga la ortodoxia consensuada. Por ejemplo, la defensa que Sadger realizó reiteradamente de las nociones del paradigma de la heredo-degeneración habla menos de su dificultad para entender la novedad del psicoanálisis, que de un verdadero núcleo problemático de este discurso. Otro tanto sucede con su posición decididamente contraria al análisis ejercido por personas carentes de título médico. Mientras aguardamos esas indagaciones, el lector puede acercarse al texto de 1930, pues sabrá encontrar en esas memorias un retrato tan vívido como crítico de los distintos rostros del autor de La interpretación de los sueños.
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1. Cf. Sadger, I. (1930) Recollecting Freud. Wisconsin: The University of Wisconsin Press (2005).
2. De hecho, en la biblioteca de Freud figuran cuatro libros de Sadger, pero no el de 1930 (cf. Davies, K. & Fichtner, G (ed.) Freud’s Library. A comprehensive Catalogue. London: The Freud Museum).
3. Cf. Dundes, A. (2005) “Introduction”. En Sadger, I. (1930), op. cit., pp. vii-lvii.
4. Un año más tarde apareció la reedición alemana. Al parecer, Patricia Cotti halló otro ejemplar de la obra original en la Biblioteca de Jerusalem.
5. Paul Roazen afirma que dicha carta es del 10 de octubre de 1933, en tanto que el biógrafo de Jones dice que es del 10 de octubre de 1934; véase Roazen, P. (1971) Freud y sus discípulos. Madrid: Alianza (1978), p. 374; Brome, V. (1983) Ernest Jones: Freud’s Alter Ego. New York: W. W Norton, p. 186. |