La realidad es una alucinación causada por la falta de alcohol.
Anónimo
Freud fue un ex-adicto. El dios Baco fue un famoso exadicto. Sócrates también. El exadicto no tiene recuperación, nunca será un ex adicto, el adentro y el afuera son topológicos al igual que el alma y la neurosis. Esta relación entre adicción, espiritualidad y neurosis es una proposición freudiana. Freud cercano a los años ’30 pone en correspondencia a los narcóticos con los consuelos religiosos. La adicción y la religiosidad. Ya hacía unos años había sostenido que la neurosis era la religión privada de cada sujeto. Ahora agrega la espiritualidad y la adicción. Sostiene que el hombre no puede prescindir del consuelo de la ilusión religiosa tanto como del uso y abuso de sustancias adictivas. Ambas apuntan al mismo objetivo, el de la soportabilidad de la cruel realidad.
Freud sin tantos miramientos ni tapujos a la dimensión política, escribe “El porvenir de una ilusión” (1927) apuntando al contexto de la época cuando los americans (como se llaman ellos mismos), los yanquis (como los llamamos nosotros) habían decretado la Ley Seca y, por supuesto, estimulado el comercio ilegal, el imperio de las sectas y las mafias. “En ese país se pretende ahora quitar a los hombres todos los medios de estímulo, embriaguez y de goce, saturándolos, como resarcimiento, del temor de Dios”.1
Se trata en la “adicción” de algo tan humano como la espiritualidad, en la misma acción de la ingesta se pone en acto el destino de un sujeto. No importa que la adicción calle las palabras que un sujeto podría decir acerca de sí mismo. La a-dicción no solamente implica pensar el eje hablar-callarse sino el lugar que ocupa en el destino de sí mismo y de su estirpe. “Evidentemente, el hombre se encontrará así en una difícil situación: tendrá que confesarse su total desvalimiento, su nimiedad dentro de la fábrica del universo; dejará de ser el centro de la creación, el objeto de los tiernos cuidados de una providencia bondadosa”2.
Y ahí Freud ilustra este acto de confesarse a sí mismo el “total desvalimiento” con una acción que cada adolescente debe llevar a cabo como es el abandonar la casa paterna. Es fuerte la relación entre el destino, la bienaventuranza y el ala paterna. Renunciar a ser el fin en sí mismo, a ese núcleo del narcisismo, aceptar ser un eslabón dentro del encadenamiento universal es analogable a un acto propiamente adolescente.
Acá vemos el empantanamiento freudiano que luego de esta metáfora sostiene que el único propósito de su escrito era llamar a atención de la necesidad del progreso que lleve a que el infantilismo sea superado.
En lo “propiamente adolescente” es donde ante la encrucijada de quedar expuesto a la voluntad del Otro, que no es paterna, aparecen las salidas adictivas más frecuentes y con más rating televisivo. En el tiempo donde sería necesario valerse por sí mismo, cuidarse a sí mismo, como lo toma Foucault en el tiempo donde se aprehende “la inquietud de sí”, aparecen las salidas adictivas, entre ellas y sobre todo el alcoholismo.
Agreguemos al debate al exadicto Baco que sin la tradición culpógena de la tradición judeo cristiana nos podrá ilustrar acerca de esa diferencia entre la inquietud de sí y el mandato judeo cristiano del “des-conócete a tí mismo”.
Dice Foucault: “Es un poco paradójico y sofisticado elegir esta noción, cuando todo el mundo sabe, dice y repite, desde hace mucho tiempo, que la cuestión del sujeto se planteó originalmente en una fórmula muy distinta a la inquietud de sí, epimelei heautou, como es la famosa prescripción délfica ‘conócete a ti mismo’ (gnothi seauton).3
Baco era el dios del vino, inspirador de la locura ritual, y el éxtasis. Un personaje importante de la mitología griega y desde ella de todos nosotros. Era un dios (en griego antiguo Βακχος Bakkhos) que producía bakcheia, o sea frenesí, patrón de la agricultura y el teatro. También es conocido como Dioniso y también como el Libertador (Eleuterio), liberando a uno de su ser normal, mediante la locura, el éxtasis y el vino. Baco no tenía un aspecto tan ligado a la negatividad como tiene en nuestra actualidad el tema de lo adictivo. Era un dios interesado en la espiritualidad, la música de las almas y la genealogía. Era conocido por su capacidad para presidir la comunicación entre vivos y muertos, estaba encargado del cuidado de las almas. Era temido y respetado, se lo describía con características tanto femeninas como masculinas, su carácter andrógino mostraba su despreocupación por la inflexibilidad del par hombre/mujer.
En los banquetes de la época griega, los encuentros se realizaban bajo el patrocinio de Baco quien insuflaba las lenguas con los discursos más excelsos, además de llevar las manos al partenaire más apetecido o dejarse tomar por el otro.
El exadicto Sócrates entraba en trances espirituales que vistos hoy en día podrían ser llamados “comas alcohólicos”. Cuando salía de ese extrañamiento más absoluto, cuestionaba el saber del Otro. Y eso es ir más allá del destino, aunque hablemos del destino antiguo, el moderno, o el nuestro. El destino de la antigüedad nos cae encima y nos hace tener una epifanía socrática, un rapto de lucidez. El destino de la modernidad descubre la repetición y el engaño de la conducta del hombre que se obstina en el infantilismo, y cómo esa piedra que siempre nos hace caer en el mismo lugar es la posibilidad de ver dónde estamos, nuestra posición subjetiva. El destino actual, siempre en pos de algo, nos deja librados a la globalización y a la insensibilidad.
El alcohol no es lo mismo que el trastorno del alcoholismo. Son diferentes cuestiones. El alcohol puede traer raptos de lucidez, de marcación de la posición subjetiva, o de angustia. El alcohol es graduación, al igual que el escalonamiento del que habla Lacan en el Seminario 10 acerca de la inhibición, síntoma y angustia, el alcohol puede llevar al aturdimiento, a la satisfacción sustitutiva o a la insensibilidad. Pero el alcohol no es alcoholismo. El alcoholismo trastorna y ya no hay Dios que pueda volver a producir una sinapsis cuando las neuronas se mueren y ya no se puede hablar ni de espiritualidad, destino, neurosis, religión. El alcoholismo pasa a ser la negación del espíritu que intenta ir hacia la experiencia de la inquietud de sí, del cuidado de sí.
Lo que preocupa es que la etapa adolescente conlleva el atravesamiento de lo que podríamos llamar un “alcoholismo reactivo por etapa vital”, que muchas veces es abandonado con el paso del tiempo pero muchas otras persisten por el resto de la vida, condenando a la persona a un infantilismo casi rayano en la debilidad mental leve.
No voy a hacer una apología de la compulsión a que son expuestos los adolescentes sin que por ello se ponga en cuestión ninguna gota de espiritualidad. Hoy en día no se puede ir a bailar sin haber tomado alcohol como tampoco se puede ir a bailar música tecno sin haber tomado pastillas. Nadie juzga lo bueno o lo malo pero si la compulsión. Cada uno verá qué toma, cuánto toma, con quiénes toma, pero ir abstemio a las salidas a bailar es “contrario a las normas”.
Podemos encontrar algo de espiritualidad en la toma de alcohol o simplemente preguntarnos ¿Cuántos de estos adolescentes caerán en las temibles garras del alcohol y las drogas?, como preguntan los medios de comunicación aterrando a la mayoría de los padres que se ponen a oler en las ropas de sus hijos la certeza de algún olor o vicio raro.
Antes de ir bailar en Buenos Aires, los adolescentes se encuentren para “la previa”. Me encanta este nombre. La previa donde el alcohol tanto como la risa, el festejo y la charla no dejan lugar a dudas que es lo más divertido de cualquier salida. Y lo más espiritual. Se entretienen pensando en lo que va a venir, contando historias, aunque muchas veces -como ocurre con los juegos eróticos previos- se entretienen tanto que cuando llegan al boliche lo primero que hacen es vomitar y ser llevados afuera por los patovicas dispuestos a demostrar la inestimable necesidad de su trabajo.
No hay que alarmarse por algunas cuestiones. Sabemos que la adolescencia se separa al menos en tres períodos: la temprana, la propiamente dicha, la tardía. Que la temprana comienza cada vez más temprano, que la “propiamente dicha” no es propiamente una dicha ni para el adolescente ni para la familia y que la tardía se vuelve cada vez más tardía. Pero sí hay que temer que la llamada “etapa adolescente” muchas veces comienza a los ocho años y termina a los cuarenta y tantos. El tiempo lógico y no cronológico de la adolescencia se extiende por más tiempo que la niñez y la adultez juntas.
Al igual que el autoerotismo fue en el siglo XIX la forma en que los padres debían meterse con el porvenir de sus hijos, las adicciones fueron la forma de control que hubo que llevar a cabo en el cuerpo social en el siglo XX. Desde la Ley Seca de la que habla Freud hasta las drogas sintéticas, al mundo adolescente está destinada gran parte de la producción narcótica y por tanto los adolescente son su producto.
Los “quitapenas” como llamaba Freud a los narcóticos ocupan un lugar diferente para cada adolescente según su historia y su actualidad. Pueden producir aturdimientó, como también ser una satisfacción sústitutiva o producir insensibilidad. Si hemos estudiado la metamorfosis de la pubertad, el desasimiento de los padres, del propio cuerpo, de quién fue uno para el otro, y que en este tiempo lo mejor que podría sucederle al adolescente es llenarse tanto de granos como de causas para ilusionarse y proyectar un futuro posible. Lo difícil es llenarse de adicciones que lo retengan en una posición de infantilismo, no ya con los padres sino con otro objeto más enigmático y fetiche como es la botella de alcohol.
Freud dice que ha escrito “El porvenir de una ilusión” con un propósito: “Salir del infantilismo es la única manera de saber contar con las propias fuerzas, saber trabajar cada uno su parcela en esta tierra para nutrirse”.
Para Freud el acceso a la espiritualidad conlleva el atravesamiento de la religiosidad, de la adicción, de la neurosis. “Deberá perder sus esperanzas en el más allá, y concentrando en la vida terrenal todas las fuerzas así liberadas, logrará probablemente que la vida se vuelva soportable para todos y la cultura no sofoque a nadie más”.4
______________
1. Freud, Sigmund: El porvenir de una ilusión (1927), Ediciones Amorrortu, Tomo XXI, pag. 47. Buenos Aires, 1976.
2. Ibid. Pág. 49.
3. Foucault, Michel: La hermenéutica del sujeto, Fondo de cultura económica, clase del 6 de enero de 1982, página, 17. Buenos Aires, 2006.
4. Freud, Ibid, Pag. 48. |